En la antigua representación, Flora es una joven adornada con flores y capullos.
Originalmente, Flora era la encantadora ninfa griega Cloris, transformada en Flora por el viento de poniente Zephyros.

Esta diosa con aspecto de hada es juguetona, bella, joven, alegre, exuberante y sexualmente permisiva. Pero también es autodeterminada, independiente y descarada, y se deleita en sí misma en su exuberante éxtasis.

Las Floralia, muy populares entre otras cosas por su libertad de movimientos y sus costumbres promiscuas. Durante los desfiles, la gente se adornaba con rosas, cantaba y celebraba fiestas con mucho vino y alegres representaciones teatrales. La gente se regalaba medallones con imágenes eróticas y hacía el amor con otros juerguistas. Las bailarinas se desnudaban en el escenario cuando la gente lo pedía. Se arrojaban guisantes y habas a la multitud y quien los cogía tenía suerte para todo el año.

Sin embargo, el culto sensual y placentero también tenía un componente sagrado, porque sin el poder de Flora no habría vida en el mundo. Por eso, aún hoy, todo placer sensual es un acto sagrado, una plegaria a la diosa Flora.

Desde el Renacimiento y el redescubrimiento de la Antigüedad que lo acompañó, Flora ha experimentado un nuevo apogeo y se ha hecho aún más popular y querida de lo que fue en la Antigüedad romana. De esta época datan los famosos cuadros de Rembrandt y Botticelli, pero también muchas esculturas, poemas, un ballet y piezas musicales.

"Y mientras hablaba, exhalaba rosas de primavera por la boca: Cloris era yo, que me llamo Flora".